En una fría mañana de enero en Bogotá, una historia de dolor y esperanza comenzó a escribirse. A través de nuestros canales de atención oficiales, recibimos una alerta ciudadana sobre una pequeña gata en la localidad de Kennedy, un alma frágil, invisible para muchos, que luchaba en silencio contra el abandono y el sufrimiento.
Con la determinación de quienes saben que cada vida importa, nuestro Escuadrón Anticrueldad, en compañía de la Policía de Carabineros de Bogotá, acudió a verificar su estado. Lo que encontramos nos rompió el corazón: Amanda estaba en condiciones deplorables. Su cuerpo era testimonio del olvido. No tenía una superficie blanda para descansar, ni un arenero, ni siquiera un refugio digno. Sus ojos reflejaban el peso de noches frías y días interminables sin un solo gesto de amor.
Su frágil cuerpo revelaba la indiferencia que había soportado: mucosas pálidas, un peso alarmantemente bajo, su pelaje sucio y enmarañado hasta formar nudos duros en su lomo. Pero lo más desgarrador fue su rostro. Su nariz estaba irreconocible: la estructura había colapsado, dejando expuestos sus dientes y tejido interno. Su respiración era forzada, entrecortada por estornudos con rastros de sangre. Heridas profundas en su cabeza y patas la hacían temblar con cada movimiento. Sus uñas, crecidas sin control, dificultaban aún más su andar. Y, sin embargo, allí estaba ella, esperando… como si aún creyera que alguien vendría a salvarla.
El 17 de enero de 2025, ese día llegó. El Escuadrón Anticrueldad del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal (IDPYBA) y la Policía Nacional la rescataron. Al mirarla, supieron que no era una gata cualquiera. Amanda, cuyo nombre significa "aquella que brinda amor", había conocido la crueldad, pero en su mirada aún brillaba un destello de esperanza. Seguía creyendo en el amor.
Después del proceso de verificación de maltrato animal de la Policía Nacional, su custodia fue entregada al IDPYBA (Instituto Distrital de Protección Animal) y trasladada a la Unidad de Cuidado Animal (U.C.A.). Por primera vez en mucho tiempo, sintió manos cálidas acariciándola con ternura. Aunque no podía contar su historia con palabras, su cuerpo hablaba por ella. El equipo médico, junto a especialistas en comportamiento y nutrición, la evaluó con dedicación. Se necesitaron pruebas virales, análisis de sangre, ecografías y radiografías para dimensionar la magnitud del daño que había sufrido.
Desde el primer día, Amanda fue evaluada paraclinicamente y tratada clínicamente según sus necesidades. Realizó su cuarentena para confirmar que no presentara ningún tipo de patología que pudiera poner en riesgo a los otros cientos de animales que se encontraban en la U.C.A. y, posterior a cumplir con su cuarentena, fue llevada a la Universidad Nacional de Colombia, donde el doctor Giovanni Vargas, especialista en oncología veterinaria, entre otros expertos en imaginología y cirugía, evaluaron sus lesiones y crearon un plan de manejo y recuperación para la gatica. Entre los procedimientos prioritarios, se estableció la necesidad de una cirugía para retirar una masa presente en su pata trasera y enviarla a estudio histopatológico.
Después de este proceso, Amanda fue llevada nuevamente a la Universidad Nacional para su intervención quirúrgica. Mientras dormía bajo anestesia, un equipo de médicos trabajó con precisión para remover la masa y el ganglio anexo. Despertó sin complicaciones, con una fortaleza admirable, como si entendiera que aquel dolor era solo un paso más en su camino hacia la sanación. Durante las primeras 24 horas permaneció en monitoreo intrahospitalario y luego regresó a la U.C.A. para continuar con su recuperación.
Y entonces, el milagro comenzó.
En su primer control con el oncólogo, los médicos confirmaron lo que todos esperaban con ansias “Amanda estaba evolucionando favorablemente”. Su herida cicatrizaba bien, su apetito era normal y podía moverse sin dificultad. Con cada día que pasaba, su cuerpo sanaba y su espíritu renacía.
Hoy, Amanda sigue recuperándose bajo el cuidado de los profesionales del IDPYBA. Recibe una alimentación adecuada, atención médica constante y, lo más importante, el amor incondicional que siempre mereció. En su espacio seguro, con una camita cómoda y una cobija que la arropa, descansa rodeada de personas que cada día le demuestran que aún hay humanidad en el mundo.
Su lucha aún no termina; ahora continúa su voz por medio del IDPYBA por el maltrato que sufrió, pero cada día es un paso más hacia la sanación. Cuando todas sus heridas hayan cicatrizado, comenzará su proceso de preparación para ser adoptada. Pronto, Amanda estará lista para encontrar ese hogar donde no tenga que luchar por sobrevivir, sino solo por buscar el rincón más soleado de la casa para dormir tranquila.
Porque Amanda no es solo una gata rescatada. Es una sobreviviente. Una guerrera que venció el sufrimiento y que, con cada ronroneo, nos recuerda que el amor y la esperanza pueden sanar cualquier herida.
No obstante, en medio de esta historia de resiliencia y amor, es imprescindible recordar que aún nos falta el juzgamiento por maltrato. La justicia para los seres indefensos sigue siendo un clamor urgente, y el castigo a quienes permiten y perpetúan el abuso animal es una meta pendiente en nuestra sociedad.