¿Morir bien o vivir mal? ¿Cuál es la receta moral de la eutanasia?
Durante los últimos años el ser humano ha comenzado a cuestionar una vida llena de dolor y de sufrimiento más allá de las creencias religiosas, teniendo en cuenta la decisión última del derecho de cada uno a morir o a vivir por voluntad propia.
El camino a la regulación legal de la eutanasia en Colombia ha sido largo y lleno de debates sobre la decisión de poner fin a una vida en la cual, a pesar de la lucha contra un enemigo incurable, sabemos que éste acabará ganando, eso sí, tras largas luchas en quimioterapias, radiaciones y largas estadías en manos médicas.
La Sentencia C-239 de 1997 de la Corte Suprema de Justicia despenalizó la eutanasia, permitiendo que se llevara a cabo bajo ciertas condiciones y con el consentimiento del paciente.
Tan sólo hasta el 2021 la Corte Constitucional amplió el derecho a la eutanasia a pacientes con enfermedades graves e incurables, no necesariamente en fase terminal.
La verdad de la vida y el dolor animal
Wanda fue un ser sintiente que vivió los últimos días de su vida agobiada por un cáncer incurable, en medio del cuidado paliativo y el amor de los médicos que la acompañaron en su proceso final.
Ajena al debate externo sobre la eutanasia, la perrita Wanda soportaba en su maltrecho cuerpo años de abuso y maltrato por parte de humanos sin conciencia que la explotaron, al parecer, en criaderos ilegales donde fue utilizada como sujeto de explotación al producir crías y crías que se venderían muy bien en el mercado oscuro de la vida animal.
Mi primer contacto con Wanda fue posterior a su rescate por parte del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal, IDPYBA. Wanda salió de su canil para ser examinada en su condición física.
Me impactó el olor que expedía Wanda. El olor pútrido de los fluidos que emanaban de su cuerpo invadido por la enfermedad. No era por falta de baño o de cuidado. ¡Era su enfermedad! Era el cáncer que seguía comiendo su cuerpo y creciendo en su interior.
Wanda casi que se arrastraba ante mis ojos. Los veterinarios, con su sentido profesional de vida, la miraban a diario pensando en darle descanso a su pena. Sus dientes se le estaban cayendo, su vientre estaba lleno de masas y su respiración era forzada.
Pero Wanda y otros muchos más animales cayeron en medio de un debate frío y sin real conciencia de su estado. El debate de la sociedad que no permite que los perros y gatos agobiados tengan derecho a una buena y rápida muerte. Una muerte llena de comprensión y amor por ellos.
A Wanda no le pudimos preguntar si quería vivir o morir en su estado de agonía permanente porque Wanda no habla. Era una perra. Por ella decidieron quienes estaban sanos y llenos de energía para pensar que hacían bien al presionar por evitar una eutanasia que cesaría su sufrimiento, hasta superar una muerte que iba a llegar sí o sí.
Wanda murió en su canil una mañana de un día cualquiera gracias a los que reclamaban a gritos en las redes sociales porque no la “durmieran”. Una mañana cualquiera en que sus cuidadores, médicos veterinarios que lidian a diario con el dolor, sabían que ese era, inevitablemente, su destino final. Médicos que lloraron cuando vieron su demacrado cuerpo sin vida.
¿Cuándo nos sentaremos a debatir por el innecesario dolor que causan nuestras luchas morales sin sentido?
Ojalá la muerte de Wanda nos sirva para elevar el debate sobre la eutanasia animal; que nos oriente en cómo entender una decisión médica llena de compasión.
Antes de cerrar recordemos los que significa esa palabra “escandalosa” para muchos: “La eutanasia, también conocida como “muerte asistida”, es la práctica de provocar la muerte de una persona para aliviar su sufrimiento, a petición propia y con el objetivo de terminar con su dolor”.
Y para los que no tienen voz, ¿cuándo existirá el mismo derecho?