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perrita mirando al frente, con ojos marrón, la abraza una mujer sobre su pecho

Una princesa en la montaña: la historia de una perrita abandonada que conmovió a Ciudad Bolívar

En lo alto de las montañas de Ciudad Bolívar, donde el frío cala hasta los huesos y el ruido del caos parece eterno, una perrita vagaba sola. Sus patas marcaban la tierra como si buscara algo que no sabía si volvería a encontrar: un poco de calor, un poco de amor. Tenía apenas un año y medio, pero ya conocía el abandono.

Alguien, en un acto tan cruel como cobarde, la llevó hasta esa zona rural y la dejó atrás. Sin comida, sin agua, sin un refugio donde esconderse de la noche o la indiferencia. No tenía nombre, pero quienes participaron en su rescate decidieron llamarla Princesa o Reina. Porque pese al dolor, caminaba con dignidad. Porque, aún temblando, no dejaba de luchar.

Su pelaje negro con manchas blancas resalta en medio del paisaje agreste, pero lo que más conmueve son sus ojos marrones. En ellos hay una tristeza profunda, pero también una promesa silenciosa: si alguien le ofrece amor, ella entregará a cambio su lealtad para siempre.

La historia de esta perrita es, tristemente, la historia de muchos animales en Bogotá. Son comprados o adoptados cuando aún son pequeños, tiernos, fáciles de manejar. Pero al crecer, cuando requieren más atención, cuando dejan de ser un “capricho”, muchos terminan siendo abandonados en las zonas más alejadas de la ciudad, como si su vida no tuviera valor.

Fue la comunidad quien dio el primer aviso. Varias personas reportaron la presencia de una perrita que llevaba días deambulando sola en la parte alta de Ciudad Bolívar. Así se activaron los protocolos del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal, con el apoyo del equipo de Participación Ciudadana, la alcaldía local, la Junta de Acción Comunal y organizaciones proteccionistas.

El rescate no fue sencillo. Los perros que han sido maltratados o abandonados suelen estar nerviosos, desconfiados. Pero Princesa, pese al miedo, permitió el acercamiento. Se dejó ayudar. Y con ese gesto, silencioso y poderoso, abrió la puerta a una nueva oportunidad.

Ya esterilizada, un indicio de que alguna vez tuvo dueño, su historia conmovió a todos quienes participaron en el proceso de rescate y rehabilitación.

Y conmovió también a Ilaria Isabel Ramírez, quien movió cielo y tierra para adoptarla. Ilaria supo de Princesa a través de redes sociales, y no lo dudó ni un minuto. Impulsada por el amor de su hija de 14 años —una adolescente que siente una profunda conexión con los animales, contactó de inmediato a los encargados del rescate. Tenía claro que quería darle una nueva vida a esta perrita. Que el hogar que compartía con su hija sería, por fin, ese lugar cálido y lleno de cariño que Princesa tanto necesitaba.

Hoy, gracias a su gesto, esta perrita no solo tiene un nuevo techo: tiene también una familia. Un nuevo comienzo. Un verdadero final feliz.

Pero la historia de Princesa no puede leerse solo como un final feliz. Debe servir como recordatorio: el abandono animal es un delito. No se trata solo de un acto de indiferencia, es un crimen contra un ser sintiente. Es una traición. Un acto bajo, inhumano.

Cada animal abandonado es una vida rota. Cada rescate, un esfuerzo inmenso de personas comprometidas con el bienestar de quienes no tienen voz. Princesa tuvo suerte. Pero muchas otras no la tienen.

Que su historia toque fibras. Que nos haga mirar de frente una realidad que duele. Que nos lleve a actuar con responsabilidad y compasión. Porque el amor hacia los animales no se mide en likes, se demuestra en actos. Y porque ningún ser viviente merece ser dejado atrás.