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Perro de barrio

El perro de barrio: la historia jamás contada de Bogotá

Bogotá, 30 de agosto del 2025 (@animalesbog) Se trata de animales nacidos en las calles de Bogotá, paridos en cualquier esquina, debajo de un puente, en un humedal o simplemente en cualquier sitio oscuro y apartado de la ciudad; animales que deambulan de un lado a otro, enfrentando todos los elementos, el frío y el calor, hasta que por fin son adoptados por la comunidad de un barrio bogotano al que llegan después de lo que parecen mil noches de abandono. ¡Así de sencillo!

Los perros de barrio pertenecen a la cuadra, no tienen un tenedor reconocido, son amigos de todos, son patrimonio de los vecinos. Duermen al lado de la puerta de la carnicería o cerca de la panadería o al lado del taller. Por lo general estos perritos son cuidados por mujeres mayores dedicadas a llevarles a diario alimentos y cualquier otro tipo de ayuda.

Se llaman “Negro”, “Mono”, “Sultán”, “Troski” y todo el mundo los reconoce. No son de raza: “Negro” podría ser hijo “no reconocido” del dóberman de la señora Pérez y una perrita callejera en un encuentro furtivo producido un día en que se escapó de la mano de su ama en medio de un paseo. “Mono” estaría emparentado con varios perros de clase alta del vecindario.

Estos perros son almas nobles y honradas. Prestan sus servicios al “vigilante” de la calle sin esperar un reconocimiento, ni siquiera un pedazo de pan. Lo acompañan todas las noches en medio del frío, del agua, del abandono. Caminan al lado del “sereno” patrullando los confines del sector.

Están prestos a salir a ladrar a la primera sombra que pasa rauda por la calle de su barrio.

Los perros de barrio viven muchos años. Juegan pelota con los niños, persiguen ladrando a las bicicletas, salen a correr tras los gatos y hasta se echan un “motoso” en la mitad de la vía.

“Negro” y “Mono” pasan la noche vigilantes por lo que al otro día duermen muchas horas en algún sitio.

Los perros comunitarios también viajan. Sus largas ausencias de la cuadra originan muchas historias que se difunden en medio de los comentarios de los preocupados vecinos.

-Él regresa en esto-

Le dice doña Ana a otras vecinas y baja la voz, casi susurrando, para puntualizar:

– Es que está de conquista-. (por eso la importancia de la esterilización).

En efecto, pocos días después regresa demacrado, sucio y con cara de “yo no fui”.

Estos perros nacen y envejecen en el barrio. Sus primeros años de agilidad y sus últimos años de pesadas caminatas son recordados por los vecinos que guardan fotos en los que aparece, sin saber cómo, la figura inolvidable y entrañable de sus queridos guardianes de “cuatro patas”.

Y llega el día en que todos los vecinos extrañan la larga ausencia de su perro callejero. El día en que se va para no volver. Así como llegaron, desaparecen de la vida del barrio. Los más optimistas aseguran que los vieron en otro barrio con varios perros persiguiendo una perrita. Los más pesimistas juran que vieron cuando una buseta los atropelló. Pero los más realistas sabemos que su partida deja un profundo vacío en el barrio que los vio nacer. Sus recuerdos se vuelven historias y sus picardías, anécdotas.

Pero como sucede en todas las cosas de la vida llegará un nuevo perro del barrio y, una dulce mañana, un cachorro con cara de ángel volverá a perseguir gatos, a ladrar a los recicladores, a acompañar las rondas del vigilante y a enamorar a las señoras que lo protegerán y alimentarán en un ciclo, ojalá eterno, que nunca dejará de reiniciar.

Ellos también son parte de la familia interespecie de esta Bogotá incluyente, animalista y respetuosa de las diferentes formas de vida.